Teixeira

brntnn gmuymjfmuywww.youtube.com/watch?v=1LLa globalización de la economía es el resultado de dos componentes que se superponen y realimentan entre sí: por un lado, la reducción de los costes de transporte y comunicaciones; y de otro, la liberalización y eliminación de las barreras al movimiento de bienes, servicios, capital y mano de obra.
Llevándolo al límite, una economía global sería aquélla en la que la distancia no tuviera ningún impacto. Sin embargo, si hubiera que establecer la norma única que condujera a la globalización esta no sería la eliminación del impacto de las distancias
–dados los elevados costes del transporte y de las comunicaciones– sino la eliminación de las diferencias y barreras entre países.
Podemos pues darnos cuenta que estamos aún lejos de una globalización en sentido amplio. La distancia cuenta, no sólo a nivel mundial, sino incluso a niveles geográficos mucho más reducidos, con focos de especialización territoriales muy definidos
–como por ejemplo, la asociada a cultivos específicos, centros tecnológicos
(Silicon Valley) o centros financieros en unas pocas capitales del mundo–. Las fronteras tienen impactos clarísimos que se manifiestan en los flujos migratorios que se suceden en países como el nuestro.
Así pues podemos entender la globalización como un proceso continuo, con ejemplos tan antiguos como los viajes de
Marco Polo, en una etapa aun lejana de su madurez, pero que avanza de manera inexorable.
Su evolución ha sufrido algunos parones significativos, como por ejemplo en el periodo entre las dos guerras mundiales o con la gran depresión. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XX se ha producido un fenómeno de liberalización mucho más acusado que ha permitido avanzar en la integración internacional.
El impacto que hoy han tenido los conocidos males de las vacas locas o de la fiebre aftosa son, en parte, debidos a esa elevada integración entre mercados
occidentales.